miércoles, 24 de diciembre de 2008

una historia de navidad


“Pasemos, pues, hasta Bethlehem y veamos esto que ha sucedido, que el Señor nos ha manifestado” Y vinieron a prisa y hallaron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre.
Lucas 2. 15 16
***

En 1223, en la ciudad de Greccio, al sur de Italia, Francisco de Asís intentaba explicar el misterio del nacimiento del Niño Dios. La gente escuchaba con respeto, pero no daba muestras de haber comprendido realmente.
Francisco buscó un modo más didáctico de explicar a los aldeanos el significado de la Navidad. Mandó traer una imagen del Niño Jesús, una cunita de paja, un buey y un burro.
En poco tiempo, compuso la escena: en el centro, la cuna de paja, al fondo, los dos animales. Faltaba la imagen del Niño. Con gran devoción, San Francisco la tomó en los brazos para depositarla en la cuna.
Y aquí la historia: la imagen cobra vida y el niño sonríe para San Francisco y bendice a los campesinos postrados a sus pies. Al rato, había sobre la paja una simple imagen inanimada.

*** Nacimiento de Jesús, 1302-05, Giotto di Bondone, Cappella degli Scrovegni (Capilla de la Arena), Padua, Italia.

martes, 23 de diciembre de 2008

Tantalia: fragmento de un texto de Macedonio Fernández


Tantalia
El mundo es de inspiración tantálica

Primer momento: El cuidador de una plantita


Él acaba por convencerse de que su sentimentalidad, aptitud de simpatía, que viene desde tiempo luchando por recuperar, está agotada, y en los sufrimientos de este descubrimiento cavila y halla por fin que quizá el cuidado de una plantita endeble, de una mínima vida, de lo más necesitado de cariño, debiera ser el comienzo de la reeducación de su sentimentalidad.

Ocurre que pocos días después de esta meditación y proyectos en suspenso, Ella, sin sospechar tales cavilaciones pero movida por una aprensión vaga del empobrecimiento afectivo en él, le envía por regalo una plantita de trébol.

Él resuelve adoptarla para iniciar el procedimiento entrevisto. La cuida con entusiasmo durante un tiempo y cada vez más se percata de la infinidad de atenciones y protecciones, expuestas a un descuido fatal, exigidas para la seguridad de la vida por un ser tan débil, al que un gato, una helada, un golpe, sed, calor, viento, amenazan. Se siente intimidado por la posibilidad de verla morirse un día por mínimo descuido; pero no es sólo el temor de perderla para su cariño, sino que conversando con Ella, cavilosos como todos los que están en la pasión, y más cuando en esa pasión uno decae, llegan a la obsesión de que exista algún nexo de destinos entre el vivir de la plantita y su vivir o el de su amor. Fue Ella la que un día vino a decirle que ese trébol fuera el símbolo del vivir del amor.

Empiezan a temer que la plantita muera y muera así, uno u otro, y lo que es más: el amor, única muerte que hay. Se ven sucesivamente, meditando en coloquios, creciendo el pavor a que se ven sujetos. Deciden entonces anular la identidad reconocible de esta plantita para que, eludiendo el mal presagio de matarla, nada haya identificable en el mundo a cuyo existir esté supeditada la vida y amor de ellos; y al par así, sitúanse en la asegurada ignorancia de no saber nunca si aquel existir vegetal que tan singularmente se había hecho parte en las vicisitudes de una pasión humana, se muere o vive. Resuelven, entonces, de noche, en un paraje no reconocible para ellos, perderla en un vasto trebolar.

Segundo momento: Identidad de una mata de trébol

Pero la excitación que iba creciendo desde algún tiempo en Él, y el desencanto de ambos por haber tenido que renunciar a la comenzada tentativa de reeducación de su sensibilidad y al hábito y cariño de cuidar a la plantita que alboreaba en Él, se traduce en un acto oculto que realiza al retorno de esa labor de olvidación en las sombras. En el trayecto, sin que lo advirtiera de fijo pero con algún pulso de zozobra en Ella, sin embargo, Él se inclinó y cogió otra mata de trébol.

—¿Qué hacés?

—Nada.

Ambos se separaron al amanecer, quedando en Ella algo de sobresalto, en ambos el alivio de no reconocerse ya dependientes del vivir simbólico de esa plantita, y en ambos también la pavura que nos viene de todas las situaciones de lo irreparable, cuando acabamos de crear un imposible cualquiera, como en este caso el imposible de saber jamás si vivía y cuál era la plantita que fuera al principio obsequio de amor.